Volver a las Raíces

Una historia emotiva que nos lleva por los recuerdos de Blanca en su infancia junto a su abuela, a través de sus evocaciones en el campo recolectando verduras y embotándolas en tarros de cristal. Un relato poético lleno de nostalgia y conexión con la tierra.

Querido diario,

Hoy vuelvo a acordarme de ella.

El rumor desaparecía lentamente. Bajaba la ventanilla y sentía el viento dentro del coche, y cómo nos revolvía el pelo. Alrededor, kilómetros y kilómetros de campo, de colores se fundían unos con otros, y la vista no alcanzaba. Todo ese paisaje me emocionaba, era el puente entre nosotras, las cenas en la terraza, los paseos por el campo, los ratos en la huerta de detrás de su casa, y los momentos a solas con ella.

Recuerdo que, por las mañanas temprano, cuando el sol no pegaba fuerte aún, ella me despertaba y me ayudaba a  vestirme, y juntas íbamos a la parte de atrás a recolectar alubias, lechugas, calabacines… La recuerdo con un enorme sombrero de paja y dos grandes cestas, que luego llevábamos de vuelta a la casa. Limpiábamos la verdura mientras me contaba historias. Sacaba tarros de cristal, nos sentábamos alrededor de la mesa de la cocina y embotábamos, sin prisa. Disfrutando de la lentitud, del día avanzando, de la luz moviéndose. Cuando no podía arrancar las puntas de alguna vaina o me dejaba hilos, ella, siempre con delicadeza, me mostraba la mejor manera de hacerlo. Al terminar las vacaciones, el maletero del coche de papá estaba repleto de cajas de madera de verdura fresca, patatas y botes de cristal a rebosar, suficientes para todo el año, y cuyo contenido nos llevaba de vuelta al pueblo en cuanto rozaba los labios. Yo miraba nuestra obra, orgullosa.

Recuerdo también que, muchos días, me enviaba a recoger cebollas para cenar. Ahora me emociona pensar que directamente las sacaba de la tierra, y en una hora estaban en su tortilla de patata, junto al cardo con almendras, su plato favorito. Una sensación de conexión con la tierra que pocas veces he vuelto a sentir.

A veces me come la ciudad, el  ritmo, el trabajo, los amigos, pero pienso mucho en ella, en la abuela. Y cada vez que abro un tarro de alubia verde, cardo, acelgas o borraja de Gvtarra, como todo lo que cocinábamos juntas, regreso a mis raíces, regreso a ella.

Hoy vuelvo a acordarme de ella.

El rumor desaparecía lentamente. Bajaba la ventanilla y sentía el viento dentro del coche, y cómo nos revolvía el pelo. Alrededor, kilómetros y kilómetros de campo, de colores se fundían unos con otros, y la vista no alcanzaba. Todo ese paisaje me emocionaba, era el puente entre nosotras, las cenas en la terraza, los paseos por el campo, los ratos en la huerta de detrás de su casa, y los momentos a solas con ella.

Recuerdo que, por las mañanas temprano, cuando el sol no pegaba fuerte aún, ella me despertaba y me ayudaba a  vestirme, y juntas íbamos a la parte de atrás a recolectar alubias, lechugas, calabacines… La recuerdo con un enorme sombrero de paja y dos grandes cestas, que luego llevábamos de vuelta a la casa. Limpiábamos la verdura mientras me contaba historias. Sacaba tarros de cristal, nos sentábamos alrededor de la mesa de la cocina y embotábamos, sin prisa. Disfrutando de la lentitud, del día avanzando, de la luz moviéndose. Cuando no podía arrancar las puntas de alguna vaina o me dejaba hilos, ella, siempre con delicadeza, me mostraba la mejor manera de hacerlo. Al terminar las vacaciones, el maletero del coche de papá estaba repleto de cajas de madera de verdura fresca, patatas y botes de cristal a rebosar, suficientes para todo el año, y cuyo contenido nos llevaba de vuelta al pueblo en cuanto rozaba los labios. Yo miraba nuestra obra, orgullosa.

Recuerdo también que, muchos días, me enviaba a recoger cebollas para cenar. Ahora me emociona pensar que directamente las sacaba de la tierra, y en una hora estaban en su tortilla de patata, junto al cardo con almendras, su plato favorito. Una sensación de conexión con la tierra que pocas veces he vuelto a sentir.

A veces me come la ciudad, el  ritmo, el trabajo, los amigos, pero pienso mucho en ella, en la abuela. Y cada vez que abro un tarro de alubia verde, cardo, acelgas o borraja de Gvtarra, como todo lo que cocinábamos juntas, regreso a mis raíces, regreso a ella.